sábado, 7 de marzo de 2009

ENERGÍAS MALIGNAS

Camila, su madre y su hermana nunca se imaginaron que ese fin de semana sería definitivo y mortal. Durante todo el mes la familia había estado buscando una casa para habitar en una de las colonias más antiguas y de prosapia de Santa Fe de Bogotá. Finalmente encontraron lo que querían: en esquina, una amplia casa de dos plantas cuyos grandes ventanales le daban la apariencia de modernidad. Los vecinos comentaban entre ellos que debajo de todos los arreglos aparentes había una casa con muchos años de edad y en la cual se habían dado varios “acontecimiento” de los que todos tenían idea pero que nadie podía describir.
Esa primera noche, después de cenar en una amplia cocina, cansadas después de todo el trajín de la mudanza, pero de buen humor, cada quien escogió la recámara que más se ajustaba a sus necesidades. Camila seleccionó la más amplia par poder instalar también su escritorio y librero. Ésta comunicaba, a través de una ventana de cristal al patio trasero de la vivienda, y poseía un gran ropero empotrado en la pared, con puertas de madera talladas con esmero. Mientras acomodaba su ropa y preparaba su cama, sintió un frío intenso y salió de su cuarto para preguntar a las demás si les pasaba lo mismo. –Sí, hija, dijo la madre, y las mantas están en el fondo de todas las cajas, hay que sacarlas. Silvia, la hermana menor, dijo que nunca había sentido un frío igual y le pidió a su madre que la dejara dormir con ella.
Comenzaron a transcurrir las horas y las tres mujeres se quedaron dormidas. Entre sueños, escucharon pasos apresurados por el pasillo que comunicaba a las tres recámaras. Cada una pensó que alguna de ellas iba al baño y siguieron durmiendo. De pronto se oyó un grito desgarrador de mujer y el ruido característico de una persona u objeto dando tumbos por la escalera. Fue entonces cuando las tres salieron con los ojos desorbitados , prendieron las luces y se fueron acercando sigilosamente y temblando, al inicio de la escalera. Aparentemente no había nadie ni nada. Camila bajó lentamente los peldaños que rechinaban a cada paso que daba. Al llegar al último se quedó paralizada. Un gran charco de sangre cubría desde la base de la escalera hasta el recibidor. Quiso subir rápidamente pero sus pies no le respondieron. Silvia y la madre la miraban aterradas abrazadas y suplicándole que se regresara. Pasaron tres eternos minutos antes de que lograra moverse y subir la escalera como hipnotizada. El resto de la noche las tres mujeres no pudieron conciliar el sueño y se acurrucaron en la recámara de Camila con la idea de que seguirían durmiendo las tres en un solo cuarto.
Al día siguiente se preguntaban qué hacer. Temían bajar y encontrarse con un cadáver o un agresor. Pero no quedaba más remedio que indagar. Había que ordenar la casa, salir de compras, hacer de comer y seguir la rutina de la vida diaria. Amarradas con los brazos bajaron lentamente la escalera. La sangre había desaparecido. Revisaron cada rincón de la casa y no encontraron rastro alguno. Pensaron por un momento llamar a la policía pero no tenían ninguna evidencia de que hubiese sucedido algo anormal. No había ninguna chapa forzada, ningún cristal roto y todo estaba como lo habían dejado los de la mudanza. Sin embargo, el frío era aún mas intenso que la noche anterior y se palpaba una pesadez en el ambiente que percibían por igual.
A medida que se acercaba la noche la inquietud de cada una de ellas iba creciendo. Después de la cena decidieron ir a caminar por los alrededores. De regreso, cuando se acercaban a la casa vieron, a través del ventanal que daba a la calle, que alguien se paseaba en la estancia. Camila decidió llamar a los policías desde el teléfono público. Al llegar éstos entraron violentamente dispuestos a atacar pero no había nadie. Revisaron palmo a palmo el lugar sin hallar ningún indicio y se fueron comentando que seguramente había sido la imaginación de las mujeres. ¿imaginación? Si las tres habían visto lo mismo. Apesadumbradas y con el miedo a flor de piel se fueron a dormir todas al cuarto de Camila, comentando que al día siguiente le hablarían al dueño para rescindir en contrato y dejar esa casa. Trancaron la puerta con el escritorio y se quedaron dormidas.
A media noche Camila despertó sobresaltada. Escuchó que dentro del ropero alguien respiraba con dificultad, como si se estuviera asfixiando. En ese mismo momento sintió que era observada y miró hacia la ventana. Un rostro descarnado con dos enormes ojos inyectados en sangre las miraba con una sonrisa maliciosa. Con grandes sacudidas Camila despertó a su madre y a su hermana para que salieran de la habitación, pero fue inútil. La puerta estaba sellada. Poco a poco el cuarto se fue llenando de una neblina espesa y mal oliente. El ropero se abrió con estruendo y los cristales de la ventana estallaron. Dos enormes figuras se adivinaban en medio de la neblina y los gritos aterradores de tres mujeres se escucharon en la noche.
En la mañana, los vecinos más cercanos que habían escuchado los gritos, tocaron insistentemente a la puerta de la casa. No hubo respuesta. Intrigados llamaron a la policía para que derribara la puerta e inspeccionara. La única puerta interior que tuvieron que tirar para entrar fue la del cuarto de Camila. Las tres mujeres yacían en el suelo con los rostros desfigurados por el terror, y sin vida. Ningún rastro de violencia se encontró y sólo se percibía un olor nauseabundo.
Margot Carrasquilla Múnera
07/03/09 Registrado en D.A